Cattaneo.
Eran las diez de la mañana y Gabo
arribaba a Cuba para encontrarse con su amigo Fidel. Estaba vestido con una
camisa blanca, un pañuelo en el cuello y un pantalón negro. Detrás de sus
grandes anteojos con marcos negros se notaba el avance de su enfermedad. De esa
enfermedad que muchos no se atreven a siquiera mencionar y contra la que venía
luchando desde 1999.
Minutos después de descender del
avión que lo traía de México se subió al Chevrolet de 1951 verde que lo
esperaba en la puerta del Aeropuerto de La Habana José Martí. Iba a la casa de
su amigo y líder supremo de la revolución. Estaba nervioso por el reencuentro.
Gabriel conoció a Fidel en enero de
1959, cuando el primero vivía en La Habana y trabajaba en Prensa Latina. La
amistad fue surgiendo poco a poco. Gabo veía en él algo diferente, sentía que
era distinto al resto de los líderes latinoamericanos. La admiración fue desde
un principio.
En la puerta de la residencia su
amigo y compañero lo esperaba con muchas ansias. Hacía años que no se veían. No
obstante, la amistad seguía viva y allí estaba él, aguardándolo para compartir
una charla.
Fidel lleva puesto, como de
costumbre, un conjunto deportivo azul Adidas. Desde que su salud comenzó a
empeorar fue dejando el verde oliva de lado para adoptar un nuevo uniforme más
cómodo. No veía la hora de que su amigo llegue.
El coche que trasladaba a Gabo se
detuvo frente al comandante. El escritor se bajó apresuradamente y no dudó en
saludarlo con un abrazo. Eran muchas imágenes, muchos recuerdos los que se le
venían a la cabeza.
-¡Amigo mío! –lo saludó el revolucionario–.
Tanto tiempo...
-¡Que emoción! –replicó Gabriel.
El líder lo invitó a pasar a la
casa. Una vez adentro, los viejos amigos se sentaron enfrentados. El comandante
en su habitual silla giratoria y Gabo en un confortable sillón marrón. Ambos se
encontraban muy felices, era indudable.
-¿Cómo anda tu salud? –le preguntó
Fidel.
-Sufrí una recaída producto de la
enfermedad –le respondió.
-Oh, Gabo. Nuestros médicos están
experimentando grandes avances científicos. Te juro que encontraremos la cura
contra esa enfermedad –disparó. -Quiero que Cuba sea responsable de tu curación.
-Sabés que tengo una gran confianza
en la revolución y admiro a sus científicos –contestó Gabo.
La última vez que Gabriel y Fidel
se habían visto había sido hacía unos seis años. En ese momento el escritor
viajó con su esposa, Mercedes y almorzaron junto a Dalia –la mujer de Fidel- y
toda su familia.
Pero en este nuevo encuentro el
estado de salud de ambos no era el mismo, los años habían pasado y el encuentro
fue más íntimo. En general las charlas entre ellos giraba alrededor de la literatura
o la gastronomía. Ambas pasiones para los dos. Pero este encuentro fue
diferente y tuvo nula repercusión.
Gabriel había formado parte del núcleo
de periodistas que conformaban Prensa Latina, una agencia de noticias
perteneciente al gobierno de Cuba que fue fundada en junio de 1959 por
iniciativa de Jorge Ricardo Masetti y el
Che Guevara. La misma surgió en defensa de las ideas de la revolución
encabezada por Fidel.
-Querido, ¿recordás cuando me
amenazaban y me perseguían de la CIA? –preguntó Gabo.
-Y los disidentes a la revolución,
los mercenarios – agregó el líder.
-Fue por mi rol en Prensa Latina.
No compartían el contenido de mis reportajes.
-Luego hablan de libertad de
expresión –criticó-. La libertad es sólo para el imperio. Cuanto cinismo.
-Hasta el día de hoy no me han
dejado tranquilo. Les molesta mi ideología, mis opiniones.
-Son así, amigo. Odian el
socialismo y a los pueblos libres. Si fuera por ellos ya me hubieran matado.
Las paredes de la casa estaban
pintadas de celeste y había muchos cuadros y plantas. Fidel tenía a mano su
teléfono fijo y estaba rodeado por una vasta biblioteca donde estaban todos los
libros de Gabo.
Gabriel se acomoda en el sillón y
se sirve agua en el vaso que tenía al lado. Toma un trago y dice:
-¿Vos sabías que verdadera causa de
mi enfrentamiento con Mario es la revolución cubana?
-Lo sospechaba. Contame.
-Se han inventado muchas cosas: que
fue por una mujer, que hubo unos puñetazos... En realidad él nunca soportó mi
amistad personal contigo y mi apoyo a la revolución.
-Claro, desprecia todos los
gobiernos populares. Es funcional al sistema capitalista. No puede entender que
sólo el socialismo garantiza la educación, la salud y el empleo y que no puede
haber educación, justicia social y socialismo sin revolución.
-Pero él reduce todo eso a una dictadura prehistórica. Si hay alguien
que se opuso a la derecha y a las dictaduras en todo Latinoamérica fui yo.
-Me consta. Los que defendemos a los pueblos latinoamericanos somos
nosotros. Dictadores son los que quieren derrocarnos y volver a convertir a
Cuba en un traspatio de los Estados Unidos, un lugar de diversión para los
yanquis. Quieren volver a hundir a los cubanos en la miseria.
Gabo asintió con la cabeza y tomó otro trago de agua.
Él creía profundamente que el socialismo era una posibilidad real de
solución para los problemas de América Latina. En ese sentido siempre optó por
no ser neutral, por tener una activa militancia. Al mismo tiempo, nunca dejó de
considerarse periodista. El sostenía que el periodismo era el mejor oficio del
mundo y que el mundo tarde o temprano sería socialista.
-¿Qué deseas almorzar? –preguntó
Fidel mientras se desprendía la campera.
-Sabés que me inclino por la
langosta. Pero comamos bacalao, como te gusta a vos.
-No, Gabito. Comeremos langosta con
vino tinto.
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